Compañero del pan y del ingenio. José López Martínez

Compañero del pan y del ingenio. José López Martínez

El vino ha sido siempre, desde los primeros amaneceres de la humanidad, compañero inseparable del pan y del ingenio, de los ricos y de los pobres, habitante iluminado en la bodega, despensa fabulosa de ensueños y fabulaciones. Tiene una extraña música el silencio que se produce en el interior de toda mansión del vino, sobre todo en los atardeceres, junto a la boca anchurosa de las tinajas. , en las espaciosas galerías, en la campechanía de los antiguos bodegueros. En toda bodega resplandecen, como agazapados, los soles maduradores del otoño y se perciben los ecos remotos de las coplas mañanera que cantan los viñeros en las llanuras, en las laderas y lomeríos de las regiones de España, por hablar sólo de lo nuestro. Perdura el brillo de las estrellas en las noches de plenilunio y la alborada de un nuevo día cae sobre las cepas y los racimos. El poeta de Valdepeñas, Juan Alcaide, que supo elevar el cercao al rango de tertulia literaria, nos presentaba así a la tinaja conversando con el bebedor:

 

El mosto es feto de mi vientre y crece.
Nace en los gritos de la espita y quema.
Por tí, tonel minero, se hace gema,
gema de amor que por amor padece.

Termómetro del dedo, en él se mece
y abre un clavel de gozo por su yema.
Copla de mano a boca. Y más; diadema
de la boca a la sien, donde fenece…

Barro hermano de Aldonza, carne mía,
yo brindo en mi Toboso la alegría
de un bárbaro Velázquez, vaso a vaso.

Vente, buen bebedor, queda conmigo:
reclina bien tu sed sobre mi ombligo,
depúrate el volar… y enreda el paso.

 

Tampoco habrían de estar ausentes del Quijote las alusiones al vino, pues Miguel de Cervantes, hombre de mil caminos y aventuras, conocedor como pocos del corazón humano, en más de una ocasión se valió de un buen trago de vino para superar sus muchas desgracias y pesares. Así, en el capítulo XIII de la segunda parte del Ingenioso Hidalgo, en el gracioso diálogo que Sancho Panza mantiene con el escudero del Caballero del Bosque, o séase del mismísimo Bachiller Sansón Carrasco, aquél comenta del siguiente modo: “Fiambreras traigo y esta bota colgando del arzón de la silla, por sí o por no, y es tan devota mía, y quiérola tanto, que pocos ratos se pasan sin que dé mil besos y mil abrazos“.

Y dicho esto se la puso en las manos a Sancho, el cual, empinándola, puesta a la boca estuvo mirando las estrellas más de un cuarto de hora, y acabando de beber, dejó caer la cabeza a un lado, y dando un gran suspiro dijo: “!Oh hideputa bellaco, y cómo es católico¡” Luego indaga en los orígenes de aquel vino que le ha sabido a gloria: “Pero dígame, señor, por el siglo de lo que más quiere, ¿este vino de Ciudad Real?, bravo mojón“, respondió el del Bosque, “en verdad que no es de otra parte, y que tiene algunos años de ancianidad”.

Luego le explica sobre sus conocimientos vinícolas: “¿No será bueno, señor escudero, que tenga yo un instinto tan grande y natural en esto de conocer vinos, que dándome a oler cualquiera, acierto la patria, el linaje, el sabor y la dura, y las vueltas que ha de dar, con todas las circunstancias al vino atañederas?”

Cervantes escribio sobre el vino de Ciudad Real y, posiblemente, quiso referirse, por extensión, a todos los vinos de La Mancha, región que tan puntualmente conocía. Y Diego Clemencín, uno de los más acreditados comentaristas del Quijote, dijo al respecto que “debió ser vino –el manchego– muy del agrado de Cervantes, pues en la novela El Licenciado Vidriera, citando entre los vinos de fama los de Madrigal, Coca, Esquivias, Cazalla, Guadalcanal, La Membrilla, Ribadavia y otros, nombra también el de Ciudad Real”.

Del mismo modo, en El coloquio de los perros, Cervantes vuelve a mencionar el vino de La Mancha, y Pellicer aseguraba que este vino figuraba entre los más conocidos y aceptados del siglo XVI, incluso desde mucho antes, según comentaría, nada menos, que el propio Jorge Manrique. No reza mención alguna al vino de Tomelloso, lo cual se debe a que Tomelloso, por aquellos años, apenas era un pequeño grupo de casas en medio de un tomillar.

Antiguo casi tanto como la humanidad es la historia del vino; una de las historias más hermosas y lúdicas jamás contadas, el afluente más caudaloso del mítico río del pensamiento humano y del ingenio. En la Biblia, como es bien sabido, se registran numerosas y trascendentes alusiones al vino y a las uvas. Recordemos, por ejemplo, la llegada de los enviados por Jesué al campo de los hebreos portando enormes racimos procedentes de las viñas de la tierra de Canaan.

 

Inicio artículo