CRÓNICA DE UNA NAVIDAD de Natividad Cepeda

CRÓNICA DE UNA NAVIDAD de Natividad Cepeda

Duerme Dunia mientras la vida afuera se desliza contando desencuentros.
Diciembre nos ha visitado con sol y también con niebla. Ha sido una niebla densa que dejó lágrimas suaves en las aceras y en la calzada. Y para que no olvidáramos que estamos en Navidad la nevada ha cubierto de blanco tejados y caminos.
Apenas se filtra la primera luz cuando los barrenderos aparecen con su chaleco amarillo reflectante empuñando el largo palo de una escoba unos, otros, el carrito para la basura; recogen parsimoniosamente las hojas caídas con los primeros fríos, que son más húmedos que helados, y miran con desgana pasar la vida en esas primeras horas matinales.
Andan por las aceras las gentes con paso rápido envueltas en bufandas y en abrigos acolchados nacidos del petróleo que los aíslan del frío.
La niebla, no respeta los arcos de luces de colores, tampoco el abeto de alambre y de bombillas que nos indica que estamos en una navidad farsante. Los árboles de acacias diseñados para el estilismo huérfano de naturalidad, se estiran absorbiendo las gotas diminutas de la niebla. Los árboles, no ignoran que están condenados a morir tempranamente, porque sus raíces, apenas si pueden crecer en el cubo de cemento que les han dejado debajo de la tierra que los cubre.
Caen las hojas lentamente y quedan mojadas y arrugadas por las pisadas de los transeúntes. Vuelan a lo lejos unas palomas. Las palomas nos cercan destruyendo tejados y viviendas. Añoro el canto de los gorriones. Pero los gorriones perdieron sus nidos cuando talaron aquellos árboles que estiraban sus raíces por las arterias de las ciudades.

 


Dunia apoya su carita en el cristal para mirar la calle aplastando su naricita suavemente, José, la sigue, imitándola, mientras señala con su dedo regordete los coches que circulan. En la alfombra hay esparcidos peluches, muñecos, coches y pelotas. Al lado de los niños una burrita azul los mira con ojos de luna llena. Eduardo coloca figuritas en el belén. Ríe y salta cogiendo pequeñas ramas de pino que va colocando detrás de la gruta de Belén. Desgrana las agujas de la confiera y hace un pasto para una piara de cerdos, mientras su padre confecciona con papel de aluminio un río, el niño, deposita un puente de corcho y de madera sobre el agua, rápidamente sube a un camello con paje y rey sobre él. Eduardo está tan excitado construyendo su primer belén que ríe nervioso y no para de hablar. José ha reparado en el belén y presuroso, con toda la energía de sus veintitrés meses, coloca a su muñeca Nancy al lado de los pastores y el ángel, Dunia, de pronto se fija en las figuritas y atrapa en sus manos de diecinueve meses la Virgen y san José…No, no, grita Eduardo, eso no se toca que sois pequeños… Eduardo sólo tiene cuatro años. Por el suelo hay papeles, ramas de pino, cajas vacías, recortes de papeles…un caos de trastos y juguetes.
Eduardo pregunta y le explican la historia de cada una de las figuras del belén. Sus abuelas le aseguran que él también tiene su ángel de la guarda que lo cuida y protege. Mira detenidamente las figuras, se queda pensativo y vuelve a preguntar. El cometa que señala el camino de los Reyes Magos lo asemeja con las estrellas fugaces de agosto, las perseidas, que vio una noche de verano. Todo es obra de Dios. ¿Todo? Sí, todo, le contestan. Pasados los minutos los tres niños juegan, y como en otros días les repiten que los juguetes hay que compartirlos. Todo se comparte, le repiten, hasta el amor, porque el amor está hecho de una goma espacial y se estira y estira hasta limites insospechados y nunca, nunca se rompe.
¿Cómo es eso? las gomas sí se rompen, protesta el niño… El abuelo con la sonrisa en su rostro le nombra todas las personas que lo quieren de su pequeño mundo. Los yayos, son los abuelos de mamá, nosotros somos sus papás, y tú nos quieres a todos de igual manera que a tu hermanita a tu primo, y a los tíos. Y a mis amigos, también, puntualiza el niño. ¿Y las estrellas de colores, qué? ¿por qué no están en el cielo? ¿es porque no las queremos? No, cariño, sencillamente son estrellas que jamás podrán anular las estrellas del cielo. ¿ Y el niño me quiere? dice señalando el pesebre de escayola… se multiplican las razones para decirle que el Niño- Dios, es Amor.
En la calle los arcos de luces con diferentes formas intentan engañar el desaliento de la realidad. Navidad sin esperanza de los que carecen de trabajo. Sin monedas no se puede comprar la alegría navideña de los que aseguran que Dios no es amor.
Desde el pesebre un niño de escayola sonríe a los niños del mundo a pesar de los herodes que pugnan por asesinarlo.
Arriba, en el cielo, una estrella señala, entre millones de estrellas, que gracias a Dios, el camino del amor no se ha perdido del todo.
Por los canales dirigidos al consumo para acceder a la alegría de la navidad, se nos insta a regalar cosas sin sentido, mientras las listas de los parados crece y nos faltan niños en nuestras casas. Ahora, de pronto la navidad se parece a las hojas muertas que se tiran a la basura; nosotros, al fingir alegría, nos convertimos en sus barrenderos.
Pienso, mientras miro dormir a Dunia, que sin niños a nuestro alrededor la Navidad no existe. Quizá un día nos quedemos sin ellos, entonces, cuando suceda, pediremos a Dios que vuelva a nacer ente nosotros, tan pobre como ayer, pero con el mismo Amor.

Natividad Cepeda