Lágrimas en febrero por Miguela del Burgo

Lágrimas en febrero por Miguela del Burgo

En febrero desciende la luz y se detiene en los valles del alma cuando el tiempo nos hurta la amable brisa de convivir con los amigos. Y de súbito la voz al otro lado del móvil de Alfredo Villaverde, me dice con quejumbre, que Míguela del Burgo, se ha marchado a cobijarse junto a Dios en lo alto del cielo. Lo escucho y rememoro entrecruzados recuerdos y sin ceremonialse me dobla el sentimiento de ese exilio humano que siento, cuando la muerte me arrebata la presencia de tantos conocidos y amigos.

Alfredo Villaverde me lo dice y siento al escucharlo su íntimo alarido, callado, encerrado entre los pliegues impotentes de saber que la muerte es certeza, y aun así, le duele, y me duele, porque nos aniquila la alegría. Porque nos priva de la sonrisa dulce de Míguela, y de perder con ella convivir bajo la sombra de la amistad nacida de acarrear palabras y juntarlas para que nazcan libros. Poca cosa hoy, para esos otros muchos que, no los abren ni los leen…Pero Míguela del Burgo era esa escritora, que escribía, y por esa causa yo la conocí.

En febrero, por el Sur, yo he visto florecer algún cerezo, y volar a sus nidos, construidos en una alta chimenea de una bodega de alcoholes extinguida, a un par de cigüeñas: me paré, y alzada mi cabeza me cercioré de que habían llegado un año más hasta mi pueblo. Pero febrero se me enreda y me aflige cuando no entiendo el secreto oscuro de la muerte. Contemplo el agua de la quieta laguna cuando el ocaso se baña en sus aguas y recuerdo a Míguela, mientras escribo este adiós porque creo que el tiempo es el que me regaló conocerla y a la vez, ese mismo tiempo, me la hurta y la envuelve entre la inmensa densidad del principio inexorable de la vida y la muerte.

Somos el triunfo de la nada envuelto en humo viajero de poemas y sueños. Somos querida compañera de esta, asociación de escritores castellanos manchegos, un soporte atinado de silencio con el que todos compartimos las palabras nacidas en su seno. Y ahora cuando tú te has marchado mi corazón se traslada al papel y escribo de ti, de mí, y de Alfredo y…. pido clemencia para no desistir de continuar dibujando en mi boca una agria sonrisa porque sería tanto como restarte a ti la tuya.

Te confieso, que cuando más, me siento unida a los demás, es en ese silencio al caer la tarde mirando las lagunas y el cielo descolgado de azules y rosellas, también cuando por mi casa pasan volando las cigüeñas y algunos gorriones bajan hasta la acera a rebuscar comida y, vuelan de tejado en tejado, demasiadas palomas… entonces presiento que muchos de los que amo y se fueron, están en el crepúsculo. Entonces toda yo me despojo de materia y escucho a Dios entre susurros de los que ya no tengo y vienen hasta mí en el rescoldo de la tarde porque ellos, tú y yo, somos un Todo, incluso, cuando no escribo palabras ni las digo porque en mi silencio yo habito en ese eterno latir de las cerezas del poniente por donde ahora, Míguela del Burgo, transita ascendiendo en la sutil metáfora de renacer hecha de luz cada crepúsculo.

Natividad Cepeda